Ciencia para impacientes

lunes, marzo 16, 2009

El asesinato de Jesse James, la Historia, las alucinaciones colectivas y la rehabilitación de los traidores

(Reflexiones sobre El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, 2007)

El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford es una película que nos habla de la Historia y de la verdad. O, más bien, de la relación que debe establecer la disciplina histórica con la verdad. Ya que la película nos enseña que en cada época coexisten dos verdades igual de auténticas: la verdad de los hechos y la verdad inventada. La Historia, que asume el papel del narrador omnisciente, se encarga de contarnos la primera. Pero raramente presta atención a la segunda, que el espectador lejano tiene que deducir: la percepción popular, distorsionada, de aquellos mismos hechos. Algo que tuvo existencia histórica, y que a la postre resultó determinante en los acontecimientos que muestra la película, puesto que ocasionó el final de su otro protagonista, Bob Ford.

Considerado un traidor y un cobarde por sus contemporáneos, él estaba convencido de merecer el título de justiciero. Después de ser quien más había adorado a Jesse James, fascinado por su potente magnetismo (aura que evoca a la perfección Brad Pitt), decidió matarlo después de darse cuenta de que tan sólo era un asesino paranoico. Y a la misma conclusión, que Robert Ford se comportó como un justiciero, asumiendo grandes riesgos y tras un largo dilema moral, a idéntico convencimiento llega el espectador, persuadido de ello por la voz omnisciente en off que glosa y va enunciando la vida de los personajes. La película desvela los errores en los que se basó el culto popular hacia la figura de Jesse James, papel desmitificador que ha asumido en buena medida la Historia. Al espectador sólo le está permitida una duda, en todo caso: si la conducta de Bob Ford no se debió en parte a una causa reprobable, su afán de notoriedad, el mismo que en un principio le había llevado a solicitar el ingreso en la banda de los hermanos James.

A través de un episodio concreto y famoso, del que la versión más extendida ha sido precisamente la distorsionada por el mito popular, la película consigue demostrar la coexistencia en todo momento de dos verdades, la que corresponde a una reconstrucción exacta de los hechos y la inventada. La Historia debe tener en cuenta las dos en cualquier aproximación a otra época, ya que los hechos efectivos alcanzaron una distinta repercusión, dieron lugar a diferentes consecuencias, según la diversa percepción que de ellos tuvieron sus contemporáneos. De otro modo, si se contenta con establecer los acontecimientos sin esclarecer un fenómeno de mayores dimensiones, la patraña colosal urdida a partir de los mismos de la que se convirtieron en cómplices, voluntarios o involuntarios, infinidad de personas, el historiador corre el riesgo de incurrir en el reduccionismo y destruir el propio objeto de estudio.

A pesar de resultar muy efectiva a la hora de mostrar el haz y el envés de la realidad histórica, conviene advertir de que la película se separa en algunos aspectos de la estricta fidelidad a los hechos a fin de resultar más aleccionadora, más demoledora en el contraste entre la verdad verídica y la verdad inventada. Y lo hace en algo crucial: Bob Ford no acudió a la policía para entregar a Jesse James y denunciar a los miembros de la banda que vivían con él en casa. Fue apresado por la policía a continuación del tiroteo en el que mató a Wood Hite para salvar a su amigo Dick Liddel. Una circunstancia suficiente para convertir al antagonista de Jesse James de pretendido héroe, como sugieren el montaje de la película y el propio título (que prefiere el digno Robert al diminutivo, devaluatorio y nada épico Bob), suficiente para convertirlo, repito, de pretendido héroe en completo traidor, una vez despojado el crimen del desengaño como móvil pasional. Tal transformación haría aún más comprensible, al mismo tiempo, el desprecio que dedicaron sus contemporáneos a Robert Ford y el culto popular que recibió Jesse James una vez muerto, un espectacular fenómeno de alucinación colectiva digno de ser estudiado.

Una apostilla tal vez no ociosa. En la película Jesse James recuerda en ocasiones a Jesús de Nazareth. Tiene una personalidad arrebatadora, que cautiva a quienes están con él, y resulta amable y sabio cuando no tiene sus accesos de paranoia. Hay además otro rasgo que contribuye al paralelismo: el nombre de Jesse.

Bob Ford y Jesse James, al igual que Pat Garrett y Billy The Kid, que Teseo y el Minotauro, que el propio Judas y Jesús, escenifican una historia eterna (asociación que debo a la lectura de la obra de Samuel R. Delany, La intersección de Einstein). El modelo que repiten tan variopintos episodios es el tema del traidor y del héroe, tal y como lo bautizó Jorge Luis Borges.

¿Estuvo desengañado Judas con Jesús? ¿Quién más cercano, quien más cerca de la idolatría hacia la persona de Jesús de Nazareth, que uno de sus doce discípulos? Debajo de una de las traiciones más famosas se esconde un enigma capaz de suscitar gran interés. Rehuyendo tales disquisiciones, Jorge Luis Borges, tan aficionado a las paradojas, propuso una reinterpretación herética del Mesías que dejaba a salvo la redención divina. Un artificio narrativo que vuelve a enfrentar al espectador con el motivo de estas líneas: la compleja relación entre los acontecimientos y los relatos elaborados a partir de ellos por la posteridad.

Jesús Ruiz Pérez

Categoría: Historia