Ciencia para impacientes

lunes, junio 07, 2010

La próxima revolución lítica

[Este artículo fue publicado en Fronterad]

En algunas ocasiones, me han preguntado cuál es el mayor descubrimiento científico de todos los tiempos, aquella revolución que ha cambiado nuestra vida de forma más significativa. Esta es la típica pregunta periodística difícil de contestar, y tan subjetiva que cualquier discusión es infructuosa. Sin embargo, mi respuesta es siempre la misma. El mayor logro tecnológico es el paso de la piedra tallada del Paleolítico a la piedra nueva y pulida con la que comenzó el Neolítico. Con este cambio, llegó la agricultura y la ganadería. Tras el nomadismo, se formaron los primeros asentamientos humanos, y con ellos llegaron la división del trabajo y la organización social. Otras muchas tecnologías nacieron al amparo de la especialización y de la vida sedentaria: la cerámica, nuevos tejidos de trenzados de fibras, la conserva de carne y pescado…

Es evidente que este proceso no se produjo de la noche a la mañana, ni en todas partes al mismo tiempo. Fue necesario que se dieran determinadas circunstancias para que el hombre del Paleolítico dejara la vida de cazador y recolector y diera paso al hombre del Neolítico, agricultor y ganadero. Cambios de tipo climatológico; una geografía e hidrografía adecuadas; y un largo periodo de adaptación que, a falta de mejor nombre, llamamos Mesolítico.

Pero ¿qué tiene de especial una piedra? ¿Qué importa que esté tallada toscamente o que esté pulida y tenga un borde bien afilado? Algo importante debe esconder este hecho para que los arqueólogos distingan estos dos periodos de la Prehistoria precisamente por el tipo de herramienta lítica que se utilizaba. Para alguien como yo, que trabaja con nuevos materiales, la respuesta a esta pregunta resulta evidente. La piedra vieja, rota a golpes, apenas corta y no tiene la forma necesaria para utilizarse como punta de flecha o como cabeza de hacha. Cuando el hombre del Paleolítico descubrió que frotando dos piedras podía dar filo y forma a sus herramientas, dio un paso de gigante. El primer paso hacia el control de las propiedades de los materiales. Desde entonces, no hemos dejado de aprender a dar filo a nuestras espadas, a sacar punta a nuestras flechas o a pulir las obleas de silicio con las que fabricamos nuestros microchips.

Me imagino a aquel hombre de las cavernas sentado junto al fuego, frotando una piedra contra otra, una y otra vez, hasta sentir que la herramienta estaba lista para cortar carne al pasar el filo por su dedo pulgar. Es probable que se preguntara hasta qué punto es posible controlar el filo de la piedra. Hoy estamos en condiciones de contestar esta pregunta. Parte de la respuesta nos la dieron los griegos. Demócrito y Leucipo propusieron que la materia tenía una naturaleza discontinua, formada por partes indivisibles que llamaron átomos. Su visión del microcosmos no fue aceptada por Aristóteles y otros grandes pensadores de su tiempo, por lo que hubo que esperar otros 2.000 años para que el científico inglés John Dalton confirmara y perfeccionara la teoría atómica de la materia.

En este microcosmos de átomos y moléculas, las distancias se miden en nanómetros, que es la milmillonésima parte de un metro, una longitud tan corta que suele describirse empleando ejemplos de la vida cotidiana. De esta forma, se suele definir el nanómetro como 100.000 veces más pequeño que el diámetro de un cabello. Personalmente, creo que no ayuda mucho, pero pone de manifiesto lo infinitesimal de esta vara de medir átomos y moléculas.