Ciencia para impacientes

jueves, abril 23, 2009

La innovación como estímulo de la economía

[Artículo publicado el 20 de abril de 2009 en el diario La Rioja]

¿Cómo convencer a las empresas, que hoy se ven forzadas a recortar costes debido a una disminución drástica de la demanda, de que no reduzcan su inversión en I+D+i, de que no despidan a sus trabajadores mejor cualificados, de que no se deshagan de su talento, de su capacidad de innovar, de competir en mercados globales y adaptarse a los cambios? La crisis económica es tan grave que hemos perdido la visión a largo plazo, la planificación estratégica y cualquier objetivo que vaya más allá de un año vista. ¿Quién está pensando hoy en la manera en la que produciremos riqueza una vez superada la crisis, en los modelos de negocio que pagarán el déficit que estamos creando, en la forma de exportar más para poder mejorar nuestra balanza de pagos?

La inversión en I+D+i requiere de una financiación decidida y a plazo largo, sus resultados son inciertos -ya que resulta difícil predecir cuando se va a producir un nuevo descubrimiento- y en muchas ocasiones resulta complicado transformar un logro obtenido en el laboratorio en un producto que pueda ser comercializado. Sin embargo, son los países y empresas que más invierten en I+D+i los que producen bienes de mayor valor añadido, generan puestos de trabajo más estables y mejor pagados y disfrutan de mayor calidad de vida.

Los gobiernos de todo el mundo están invirtiendo cantidades astronómicas para mitigar los efectos de la crisis. Las cifras del desempleo, de reducción de la demanda y del comercio mundial son tan alarmantes que la mayoría de las medidas se centran en evitar el colapso del sistema, fomentar el empleo mediante obra pública y la protección social. Si bien todas estas medidas son necesarias, lo difícil es decidir la cantidad y el destino de las ayudas para suavizar el mal trago sin hacerlo dolorosamente largo, a la vez que ponemos las bases para salir fortalecidos de esta coyuntura.


La falta de crédito es una de las características de la crisis que marcará la primera parte de este siglo. Sin crédito, no se pueden crear nuevas empresas que produzcan riqueza y puestos de trabajo. La innovación requiere de una inversión inicial que la permita florecer. Ante la falta de liquidez de los mercados financieros, los fondos de capital riesgo han reducido drásticamente sus inversiones en nuevas empresas. El Reino Unido se ha dado cuenta de la importancia de que los emprendedores dispongan de financiación para poder desarrollar sus proyectos y de la dificultad que tienen para conseguirla de fuentes privadas. Por eso, ha puesto a su disposición un fondo de capital riesgo público de mil millones de libras esterlinas. Esta es, sin duda, una apuesta decidida del Gobierno británico para asegurarse una posición de liderazgo en el próximo ciclo económico.

España ocupa las últimas posiciones de la Unión Europea en los principales indicadores de ciencia y tecnología, especialmente, en el sector privado. En el Programa Ingenio2010, el Gobierno español se ha comprometido a llegar al 2% del PIB en inversión en I+D+i al final de esta década. Desgraciadamente, en los últimos años nos hemos alejado de este objetivo. La actual situación económica no puede ser excusa para dejar pasar también esta ocasión. Al contrario, el plan de estimulo de la economía supone una oportunidad de financiación extraordinaria. Si una parte de esta inversión se dedicara a alcanzar los niveles de gasto en I+D+i de los países de nuestro entorno, España podría tener por primera vez en siglos, una posición de liderazgo en ciencia y tecnología. Este es el momento de dar el siguiente paso cualitativo en nuestro sistema nacional de I+D+i, esto es, transformar los excelentes resultados en investigación básica y en publicaciones científicas conseguidos en los últimos años, en creación de riqueza y empleo. Tenemos la capacidad, el talento y la financiación. Es cuestión de voluntad y elegir bien nuestras prioridades. Sin esta inversión, la nueva Ley de la Ciencia y la Tecnología no será distinta de otras iniciativas similares.

Hoy sólo podemos pensar en una crisis anterior de dimensiones similares a la que padecemos actualmente, aquella que dio lugar a la Gran Depresión, la crisis de 1929. La receta para salir de aquel pozo de falta de demanda y empleo fue un mayor gasto público. La doctrina keynesiana sostiene que en épocas de recesión el gasto público puede compensar la falta de actividad económica. Siguiendo esta receta muchos países, entre ellos el nuestro, han puesto en marcha planes de estímulo de la economía que consisten, en buena parte, en el incremento de obra pública. En el pasado, algunos países con una economía estancada han utilizado una fórmula similar. Japón lleva aplicando una política de fuerte gasto en obra pública desde hace una década, por lo que parece razonable analizar este caso para sacar algunas lecciones que nos puedan ser útiles. Muchas de las obras que se han realizado en los últimos años son costosos proyectos sin demanda real, como enormes puentes entre islas escasamente pobladas, que no han logrado animar la economía nipona. Abrir un agujero para luego volver a taparlo crea empleo, pero no es eficaz para estimular la economía a largo plazo. El gasto público debe estar bien planificado de forma que las enormes posibilidades que ofrece una inversión billonaria dé los mejores resultados posibles. En este sentido, la inversión en innovación es especialmente eficaz.

La innovación supone una de las formas más efectivas de estimular la economía a varios niveles, tanto a corto plazo como, principalmente, a largo plazo. La inversión pública y privada en innovación no sólo favorece la demanda, la producción –entre otras cosas de propiedad intelectual- y el empleo de calidad, sino que pone los fundamentos para la nueva economía una vez pasada la crisis. Esta economía no debe estar basada en el riesgo desorbitado, la especulación y la desregulación, sino en el conocimiento, la sostenibilidad y una mejor calidad de vida. La innovación tiene la capacidad de dinamizar nuestra economía, diversificar nuestra oferta productiva y generar empleo de forma más estable y sostenida, algo especialmente necesario en España que pasa en pocos meses de crear más empleo que ningún otro país de la UE a destruirlo vorazmente.

Desde el punto de vista de la tecnología, estamos viviendo unos años extraordinarios. La convergencia de sectores nuevos con otros tradicionales y la emergencia de las tecnologías conductoras de la innovación NBIC (Nanotecnología, Biotecnología y las Tecnologías de la Información y la Comunicación) están fomentando el trabajo en grupos multidisciplinares, la colaboración entre centros de excelencia y entre universidades y empresas. El trabajo en red de científicos de todo el mundo nos permite avanzar en la lucha contra las enfermedades, disponer de mejores materiales y caminar hacia un futuro movido por energías limpias. Sólo si disponemos de mejor tecnología seremos capaces de luchar contra el cambio climático, disponer de mejores medicinas y encontrar alternativas más respetuosas con el medioambiente.

La Comisión Europea ha declarado 2009 Año Europeo de la Creatividad y la Innovación. En general, se suele justificar la elección de este año porque coincide con dos efemérides importantes: el uso del telescopio por Galileo hace 400 años y el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin. Sin embargo, a mi me gusta pensar que es para recordarnos que, a pesar de que sin duda 2009 será recordado como el año de la crisis y el desempleo, la creatividad y la innovación son las herramientas que nos permitirán, no sólo salir de esta situación sino, lo que es aún más importante, imaginar una nueva economía, una nueva forma de crear riqueza y empleo que genere bienestar, calidad de vida y sostenibilidad en el s. XXI.



Javier García Martínez
Director, Laboratorio de Nanotecnología Molecular. Universidad de Alicante.
Young Global Leader 2009. Foro Económico Mundial.


Categoría: Ciencia, Innovación, Política