Ciencia para impacientes

viernes, septiembre 26, 2008

Antibióticos: la batalla continúa

[Artículo publicado el 14 de septiembre de 2008 en el diario La Rioja]

Tuberculosis, gangrena, escarlatina, cólera. Hoy en día apenas damos un respingo al oír mencionar estas enfermedades pero no hace tanto causaban auténtico pavor. Y no era para menos; fueron sinónimo de sufrimiento y muerte hasta hace menos de setenta años. Si hoy en día son consideradas habitualmente como males del pasado, al menos para los afortunados que vivimos en el primer mundo, es gracias a uno de los mayores avances de la medicina del siglo XX: el descubrimiento y empleo generalizado de los antibióticos. Un gran triunfo de la ciencia que ha conseguido mantener a raya a las enfermedades infecciosas provocadas por bacterias, que una vez fueron la primera causa de muerte en nuestra sociedad. Pero, cuidado, aquella no fue una victoria completa. En los últimos años ha saltado la luz de alarma por el preocupante aumento de la resistencia de las bacterias que provocan estas enfermedades a la acción de todos los antibióticos conocidos. Un ejemplo que atestigua la gravedad de la amenaza: se estima que hasta un 60% de las infecciones hospitalarias que se producen en los países desarrollados son originadas por bacterias resistentes a estos medicamentos, una serie de trastornos que solamente en Estados Unidos provoca dos millones de pacientes, de los cuales un 5% termina falleciendo por este motivo. ¿Cuál es la causa de este aumento de resistencias? El problema consiste en que los antibióticos no combaten contra organismos estáticos. Las bacterias son seres vivos que evolucionan y pueden enfrentarse a los cambios que tienen lugar en su medio. Y de que manera además. Con capacidad para multiplicarse a gran velocidad y una enorme plasticidad genética, poseen una extraordinaria habilidad para adaptarse a ecosistemas variables. Por algo son los seres vivos que se cuentan en mayor número sobre el planeta, tanto en cantidad como en diversidad.

Cada vez que tomamos un antibiótico para tratar una enfermedad infecciosa, ponemos a las bacterias en contacto con dicho medicamento y les damos la oportunidad de que creen resistencias contra él. Y con que una pequeña fracción de estos gérmenes sobreviva al tratamiento es suficiente para que las resistencias adquiridas sean transmitidas a otras cepas de bacterias debido a la facilidad con que éstas intercambian material genético entre sí. O sea que ¡realmente tenemos un problema! Si contraemos una enfermedad provocada por bacterias debemos tomar antibióticos para curarnos. Pero cada vez que lo hacemos les damos opciones a formar resistencias y podemos provocar que estos medicamentos pierdan su efectividad. De hecho, el potencial curativo de todo antibiótico va disminuyendo con el tiempo y en algún momento debe ser sustituido por otros de nueva generación. Ahora, y este punto es importante, el uso (o abuso) que hagamos de ellos tiene mucha culpa del periodo de tiempo en que nos pueden ser de utilidad.

Pero es que, además, nos encontramos con un inconveniente añadido: la aparición de nuevos antibióticos se ha ralentizado en los últimos veinte años. Entre otras cosas porque una buena cantidad de las grandes compañías farmacéuticas ha disminuido sus esfuerzos en esta área y ha dado preferencia al desarrollo de antihipertensivos, antidepresivos y medicamentos contra enfermedades crónicas. Una estrategia que puede ser criticable pero también entendible. Cada nuevo fármaco que sale a la venta necesita de al menos diez años de trabajo y una inversión de unos 500 millones de euros. Si todo este esfuerzo se pone al servicio de un nuevo antibiótico, proporcionará un producto que es administrado en tratamientos cortos –de 7 a 14 días-, que puede quedar obsoleto en pocos años y que será recetado lo menos posible para salvaguardarlo del aumento de resistencias. Y las empresas, claro, quieren sacar la mayor rentabilidad a sus inversiones.Hasta aquí los problemas, hablemos ahora de soluciones. Una posibilidad sería alentar de alguna manera una mayor investigación en el desarrollo de nuevos antibióticos, una medida que es necesaria pero no suficiente. Como ya hemos visto, buena parte de la culpa de la mayor o menor eficacia de estos medicamentos radica en el uso que hagamos de ellos. Y, precisamente, en este punto es donde existe un enorme campo de acción ya que hasta el momento hemos despilfarrado su potencial. Por ejemplo, se calcula que el 60% de los antibióticos utilizados en medicina se recetan contra infecciones de las vías respiratorias superiores a pesar de que la gran mayoría de ellas son causadas por virus, organismos contra los que estos fármacos son totalmente ineficaces. Y si nos movemos hacia la veterinaria el panorama es incluso peor ya que las medicaciones en masa y el uso de antibióticos como promotores del crecimiento y en tratamientos preventivos son habituales en ganadería. Teniendo en cuenta que casi la mitad de los antibióticos consumidos se emplean en animales, estamos regalando a las bacterias un montón de posibilidades para que desarrollen resistencias y transfieran este material genético a otras cepas que afecten a los seres humanos.

Es necesario un mayor control en el uso de los antibióticos, tanto en medicina como en veterinaria. Un empleo adecuado de estos medicamentos es la única manera de minimizar el aumento de resistencias y prolongar su valioso potencial. Y cada uno de nosotros puede hacer algo al respecto. Cada vez que los consumimos sin necesidad, como contra la gripe que es una infección vírica, o no completamos un tratamiento adecuadamente porque a mitad del mismo nos sentimos mejor y abandonamos la medicación, las bacterias que se encuentran de forma natural en nuestro organismo pueden desarrollar resistencias que posteriormente serán propagadas. Tengamos en cuenta que los antibióticos son un auténtico tesoro en constante amenaza y aprendamos a utilizarlos con precaución para poder seguir disfrutando de su benéfica acción por mucho tiempo.



David Sucunza Sáenz

Categoría: Ciencia, Medicina, Salud