Ciencia para impacientes

miércoles, abril 25, 2007

Vitaminas: en su justa medida

El nombre amina vital o vitamina fue propuesto en 1912 por el bioquímico polaco Casimir Funk, para designar la sustancia activa presente en un extracto, obtenido de la cáscara del arroz, que curaba la enfermedad del beriberi. Aunque dicha sustancia ha recibido diversas denominaciones durante el siglo XX, actualmente se la conoce como tiamina o vitamina B1.

No obstante, la historia de esta vitamina comenzó algunos años antes: en 1898, tras el Desastre español, cuando el gobierno de los Estado Unidos tomó el control de las islas Filipinas. Una de las primeras acciones del gobierno americano fue intentar mejorar las condiciones de vida en las prisiones. Entre otras medidas, se decidió que el arroz consumido por los presos debía estar limpio y blanco, por lo que se impuso el uso de arroz descascarillado y pulido. Como resultado, el número de afectados por el beriberi, enfermedad común en los países de la zona en aquella época, sufrió un considerable aumento en las prisiones.

La relación del beriberi con el consumo de arroz sin cáscara era, sin embargo, algo más que una sospecha incluso en 1898. Un año antes, el holandés Christiaan Eijkman (que posteriormente sería galardonado con el Nobel de medicina por sus estudios) descubrió que las gallinas alimentadas con arroz sin cáscara desarrollaban polineuritis (enfermedad similar al beriberi), en tanto que las que lo comían con cáscara permanecían sanas. Fue de hecho en el extracto de la cáscara del arroz donde la tiamina se aisló por primera vez, en 1910, gracias al trabajo de Umetaro Suzuki, que había trabajado con extractos de la cáscara de arroz de manera independiente a los estudios de Funk.

En el otro extremo de esta digresión sobre las vitaminas, pero ocurrida en la misma época que los trabajos de Funk, se sitúa la historia del explorador antártico de origen suizo Xavier Mertz, la primera persona cuya muerte fue atribuida a un «envenenamiento por vitamina A». En noviembre de 1912, Mertz y sus compañeros sufrieron un accidente durante su exploración de la Antártida. Tras caer por la grieta de un glaciar, perdieron buena parte de sus víveres y herramientas. Alejados de la base a una distancia de unos 500 kilómetros, sólo disponían de comida para diez días. Al no tener raciones suficientes, decidieron alimentarse de los perros de tiro, lo que llevó a Mertz a envenenarse por un exceso de vitamina A, procedente del hígado de los perros. El 7 de enero de 1913, a pocos kilómetros de la base, Mertz, debilitado y con dolores en el estómago, murió entre delirios.

En nuestros días, el riesgo de morir por un exceso o un defecto de vitaminas es muy bajo (al menos, por lo que respecta a los países más ricos). Sin embargo, el abuso en el consumo de suplementos vitamínicos podría estar convietiéndose en un problema médico real. Estudios científicos cada vez más numerosos alertan de que su consumo excesivo, lejos de prevenir el cáncer y otras enfermedades, como algunos consumidores de estos preparados creen, puede recortar la esperanza de vida.


Alberto Soldevilla Armas

Categoría: Biología, química, medicina, historia, noticias

viernes, abril 13, 2007

La revolución de los canesúes

Leer en el periódico las palabras innovación y España relativamente próximas siempre provoca cierta inquietud. “España va a sufrir mucho si no empieza a innovar”, ese era el titular de una entrevista al profesor de la Universidad de Stanford, Nathan Rosemberg (considerado como uno de los mayores expertos del mundo en políticas de innovación) publicada en ELPAIS el 8 de mayo de 2005. Casi dos años después, el pasado día 2 de abril, se presentó el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre recomendaciones políticas en el área de Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+i), solicitado por España y que recoge las conclusiones de un grupo de expertos que visitó el país a finales de 2006.

Este informe vuelve a incidir en que entre los mayores desafíos a los que se enfrenta España, se incluyen un sistema de financiación de la investigación pública “fragmentado”, “con poco énfasis en resultados y excelencia”; el escaso, aunque creciente gasto empresarial en I+D; el bajo nivel de innovación de las pymes, y el mercado de capital riesgo poco desarrollado. Desde el Ministerio de Educación y Ciencia toman nota y dicen asumir este reto para el diseño del próximo Plan Nacional de I+D.

Pero ¿es tan difícil leer las palabras innovación y España sin llevarse un disgusto? ¿Es tan difícil innovar?


Entre atardecer y atardecer en la meseta castellana del libro “El hereje” de Miguel Delibes, se encuentra un episodio de la historia de Cipriano Salcedo que viene a contestar a estas preguntas.

El personaje, afincado en Valladolid, fue heredero del negocio familiar. El padre de Cipriano se dedicaba a la recogida, almacenaje y transporte de la lana que producía la Castilla de Carlos V, y que varias veces al año, transportaba a Burgos para un famoso comerciante, Nestor Maluenda. Una vez allí, Nestor lideraba el comercio marítimo de los vellones para las fábricas textiles de Flandes. Desde los puertos del norte, los vellones bordeaban la costa francesa hasta los puertos flamencos.

Cuando Cipriano heredó el negocio del padre, también lo hizo el sucesor del comerciante burgales, Gonzalo Maluenda, al que Cipriano veía con desconfianza para el futuro de su negocio por -chiquilicuatro, pretendidamente ingenioso-. Además, cobrar por hacer de mero intermediario le parecía una actividad poco noble. Cipriano admiraba a aquellos que con su ingenio innovaban en el producto -de tal manera que, sin saber por qué ni por qué no, venía de pronto a modificar la voluntad de compra de los clientes-.

El negocio de transportar la lana hasta Flandes se complicaba cada día. Los barcos eran atacados por los corsarios cada vez con más frecuencia y los seguros estaban encareciendo tanto que la rentabilidad del negocio peligraba.

Ante este panorama de amenazas, Cipriano maduró poco a poco una alternativa de supervivencia para su empresa: dar valor añadido en origen a la lana castellana. Y apareció la idea. Aplicar unos canesúes al popular y modesto zamarro de pastor para convertirlo en una prenda para las clases altas. Invención que, mejorada con la utilización de un forro de pieles finas de las alimañas serranas (marta, garduño, nutria, jineta), se convirtió en un gran éxito. La revolución de los canesúes, como Cipriano la llamaba, hizo conocidos los zamarros en toda Europa, -“Nunca un simple canesú armó una revolución semejante en la moda. Eso es el ingenio”-.

¿Es sólo literatura? Parece que no. Leyendo la prensa se encuentran casos actuales de otros emprendedores con ideas innovadoras. Por citar algunos, podemos encontrar ejemplos en el Málaga valley e-27 (ver artículo publicado en XL Semanal) o el de la empresa Arsys y el Parque Digital (ver artículo publicado en ELPAIS), dos iniciativas pioneras que pretenden aprovechar las oportunidades de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en los nuevos rumbos de la “lana”.

Y para el futuro, ¿de qué deberíamos preocuparnos a la hora de innovar? Una cita del mismo autor puede darnos alguna pista:

El hombre de hoy usa y abusa de la naturaleza como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara un futuro”. Miguel Delibes


J. Ignacio Barriobero Neila


Categorías: Innovación, Noticias, Política, Ciencia

martes, abril 03, 2007

La visita del padre de Gaia o el que avisa no es traidor

La semana pasada el científico inglés James Lovelock estuvo por España presentando su libro “La venganza de La Tierra” y concedió varias entrevistas a diversos medios de comunicación. En ellas ha dejado una curiosa estampa, la de un amable y risueño anciano de 88 años que disfruta tanto de la vida que ni siquiera pierde el humor mientras nos pronostica un futuro desolador. Ahí va su advertencia: si no nos apresurarnos en tomar medidas para mitigar los efectos del imparable calentamiento global, toda nuestra civilización puede acabar convertida en una “horda corrupta liderada por brutales señores de la guerra”.

James Lovelock no es muy conocido en España y por eso el titulo original “The Revenge of Gaia”, que hace referencia a su teoría más importante, se ha convertido en “La venganza de La Tierra”. Sin embargo, es un prestigioso (y polémico) científico e inventor que, a lo largo de casi 50 años de carrera, ha realizado importantes contribuciones en áreas bien dispares de la ciencia. Entre ellas destacan dos; el desarrollo del ECD (detector de captura de electrones), instrumento extremadamente sensible a los CFCs (clorofluorocarbonos) que tuvo un papel clave para detectar la presencia de estos compuestos en la atmósfera y determinar su importancia en la formación del agujero en la capa de ozono, y la controvertida Teoría Gaia, según la cual toda la vida del planeta actúa como un único organismo capaz de autorregularse y mantener su entorno habitable.

En el que es su último libro hasta la fecha, Lovelock toma como partida las estimaciones realizadas por el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), un aumento de las temperaturas de entre 3 y 5°C para el final del presente siglo, y calcula sus posibles consecuencias: el aumento del nivel del mar hasta inundar gran parte de las zonas más habitadas de La Tierra, la transformación de las grandes masas forestales de los trópicos en desiertos y estepas y la muerte de algas en los océanos, lo que mermará su importante efecto regulador sobre la climatología.

De suceder esta serie de desastres medioambientales, el ser humano no podrá escapar de su impacto. Según Lovelock, sufriremos migraciones, hambre, guerras y toda nuestra civilización estará en grave peligro. Tanto es así, que el científico británico no descarta que la población mundial se vea reducida a la décima parte y tenga que vivir recluida en las regiones árticas.

A pesar de que el tono catastrofista de Lovelock y su defensa de la energía nuclear como principal solución para paliar el problema del cambio climático hicieron que la aparición de “The Revenge of Gaia” suscitara una gran polémica en Gran Bretaña, es muy probable que el libro sea rápidamente olvidado en nuestro país. Quizá sea mejor así ya que sus negros vaticinios pueden llevar al desánimo y aceptar un destino que en realidad todavía debe ser escrito. La lucha contra el calentamiento global acaba de comenzar y estamos a tiempo de tomar medidas que lo mantengan en niveles razonables. Nuestro modelo energético basado en los combustibles fósiles debería ser el primer punto a revisar.


David Sucunza

Categoría: Ciencia, Noticias