Ciencia para impacientes

lunes, junio 26, 2006

Antibióticos: uso y abuso

La utilización de antibióticos en medicina es uno de los grandes logros del ser humano en el siglo XX. Gracias a su empleo, que comenzó durante la segunda guerra mundial, enfermedades como la tuberculosis, la neumonía o la escarlatina que fueron la primera causa de muerte, son mucho menos graves en la actualidad.

Sin embargo, la batalla contra las enfermedades infecciosas no está ganada. A través de mutaciones, las bacterias han desarrollado resistencias que han reducido la eficacia de los antibióticos, incluso de los más potentes.

Ante estos datos, la Organización Mundial de la Salud ha lanzado una seria advertencia; de seguir el uso abusivo de antibióticos, microorganismos que hoy en día no suponen ninguna amenaza pueden ser incurables en diez años. Y en España este abuso es expecialmente alto, el consumo de dosis extrahospitalarias de antibióticos en Alemania o Reino Unido es aproximadamente la mitad.

Cada vez que tomamos antibióticos sin necesidad, como al usarlos contra infecciones víricas como la gripe, o no completamos un tratamiento adecuadamente, las bacterias que se encuentran de forma natural en nuestro organismo desarrollan resistencias que posteriormente son propagadas.

Los antibióticos han salvado millones de vidas pero debemos consumirlos más prudentemente o pondremos en peligro su benéfica acción.


David Sucunza

Categoría: Medicina

jueves, junio 08, 2006

Gallinas, huevos y la evolución de las especies

Saludos. Lo prometido es deuda, así que ahí va una nueva contribución. (Me ha quedado un poco largo, ya que soy proclive a la textorrea; espero que me disculpéis.) En una entrada anterior, ¿el huevo o la gallina?, surgió un interesante debate, lleno de jugosos comentarios, que finalmente nos condujo al mecanismo de la evolución de las especies. Como es un tema muy interesante y además parece que está de moda cuestionarlo, me voy a arriesgar a opinar (e, inevitablemente, a teorizar) sobre el caso. Es muy posible que cometa errores o demuestre mi falta de conocimiento sobre biología, genética y evolución —entre otros—, pero, por otro lado, quizá pueda estimular un debate aún más interesante, que suscite la participación de los lectores más versados en esta materia. Y hasta podemos llegar a alguna conclusión. Allá voy, pues:

De acuerdo con las teorías científicas vigentes, parece claro que, en la evolución de la protogallina a gallina, o de cualquier especie que evoluciona a otra nueva especie, ha de producirse un cambio genético. Lo que hace a la gallina ser gallina es la carga genética común que comparten todos los individuos de su especie (gallinas si son hembras, gallos si son machos, pero todos con unos genes gallináceos comunes). Según la teoría darwinista más simple (más bien neodarwinista, porque en tiempo de Darwin no se conocía el ADN), habría que pensar que este cambio en el material genético se produce por una mutación aleatoria, transmisible a la descendencia, que por la selección natural que se ejerce sobre las posteriores generaciones de gallinas acabará eliminándose si no conduce a ninguna ventaja adaptativa, o se asimilará al patrimonio genético de la especie en caso contrario.

Siguiendo esta idea, lo más lógico es que la mutación se produzca en las células reproductoras, para que los genes alterados puedan heredarse, lo que es una condición sine qua non. También sería posible que la mutación se produjera en los embriones, a medida que se desarrollan, pero siempre que esta mutación termine pasando a las células reproductoras; de otro modo, tendríamos un individuo mutado, pero cuya descendencia (si acaso el mutante fuera fértil) se compondría de perfectas protogallinas, y fin de la historia. Por un lado, el breve tiempo en el que crecen los embriones hace menos probable la segunda posibilidad, aunque por otro lado, al dividirse las células embrionarias a un ritmo elevado también son más altas las posibilidades de esa mutación aleatoria. Pero de un modo u otro, la mutación ha de acabar en las células heredables, que son las células sexuales. Antes de terminar el párrafo, recordemos un par de cosas importantes: las células sexuales son haploides, lo que significa que tienen n cromosomas, que al unirse a otra célula con n cromosomas durante la fecundación forman un embrión de 2n cromosomas, que luego se multiplicará formando más células con 2n cromosomas, llamadas diploides, que son las más abundantes. No obstante, el embrión en algún momento tiene también que formar algunas células reproductoras con la mitad de cromosomas, n, para transmitirlas a la descendencia, o bien, el embrion tiene que formar células generadoras de células sexuales en la edad adulta. Este interesante proceso —posiblemente no del todo bien conocido en algunas facetas, y en el que probablemente reside el meollo de la cuestión—, se denomina meiosis. Al menos en el hombre, y si no meto la pata, los óvulos —n cromosomas— se forman únicamente en la etapa de embrión, en número de unos 400, mientras que los espermatozoides —también n cromosomas— los generamos en gran número durante gran parte de la vida, lo que por cierto, multiplica las posibilidades de mutaciones en los mismos. Así que yo apostaría por los espermatozoides de los machos como principales proveedores de variabilidad genética, mientras que el óvulo, femenino y nutricio, corresponde al principio conservador (digamos que aporta el chasis y el motor que han demostrado su fiabilidad a lo largo de los eones, mientras que el espermatozoide se encarga de los accesorios y las mejoras técnicas puntuales, haciendo con todo esto una horrenda metáfora). Recordemos también, dicho sea de paso, que durante el proceso en el que los espermatozoides pasan al cuerpo de la hembra inyectados por órganos copuladores en el curso de un acoplamiento —dicho finamente— también hay un proceso de competencia y selección de los espermatozoides; ya sabéis, solo uno puede ganar la carrera.

De este modo, nuestra primera conclusión a la pregunta original de qué fue antes (huevo o gallina), sería que, probablemente, lo primero fue una protogallina fecundada por un gallo cuyo espermatozoide «ganador» estaba mutado, de cuyo huevo nacería la primera gallina. Es decir, que no podemos optar por huevo o gallina de modo claro y tajante, pero podemos explicar cómo ocurrió, que al final es lo que tiene contenido, lo sustancioso.

Sin embargo, volviendo a teorizar sobre la evolución, un planteamiento tan simple como el anterior no es plenamente satisfactorio y pone de manifiesto varios problemas. Si la evolución es así, simplemente aleatoria, las posibilidades de éxito evolutivo son muy pequeñas —podría aducirse que la evolución se produce en una escala de tiempo que no podemos imaginar adecuadamente, y al final es capaz de abrirse camino—. Sin embargo, no se han hallado fósiles de todos los «experimentos fallidos» de la naturaleza, que de actuar de un modo totalmente aleatorio, deberían haberse producido en un número considerable.

Además, hay caracteres genéticos que se pueden transmitir sin que se manifiesten. Recordemos que tenemos dos copias de cada gen, una que proviene de la madre y otra que viene del padre. Hay caracteres dominantes que se manifiestan con solo tener una copia, pero también los hay recesivos que requieren las dos copias para manifestarse. Otras veces, la cosa se queda a medias (recordemos la herencia mendeliana y todo aquello). Así que podría haber sido necesario esperar a varias generaciones después de la mutación protogallinácea para que, en un individuo dado, coincidiesen las dos copias del gen mutado, y muchas generaciones más para que ese gen (en caso de que resultase útil y, por tanto, fuese seleccionado) se extendiese en un número suficiente de individuos. Para acabar de rizar el rizo, y si no recuerdo mal cómo funciona el proceso de meiosis, hay una parte del material genético heredado que se pierde cada vez que se forma una célula sexual —en concreto, la mitad; lo correspondiente a n cromosomas, cumpliendo que n = 2n - n—. En este proceso, se remezclan y reparten fragmentos del ADN de los abuelos para hacer las células que potencialmente sirven para «hacer» nietos. Algo así como barajar las cartas antes de una nueva partida. Pero claro, esto implica que un 50% de las mutaciones, por muy interesantes que sean, se pierden por el camino, si no opera ningún mecanismo de selección genética durante la meiosis.

La realidad, pues, parece ser bastante más compleja que la idea de las «mutaciones aleatorias» sin más ni más. No hay que olvidar lo poco que se sabe, pese a todo lo que se habla de ello, sobre el ADN y sus funciones. La mayor parte del genoma humano no tiene función conocida (no codifica proteínas, y a veces se le ha denominado ADN «basura»). Se sospecha que puede intervenir en la regulación de la expresión genómica, y podría tener una importancia vital para poder entender cómo se produce la evolución de las especies.

Pese a lo arriesgado de la maniobra y a mis limitados conocimientos, voy a lanzar una hipótesis, para que pueda ser criticada por los lectores. En mi opinión, la aparición de una nueva especie no se produce de un modo totalmente abrupto (algo así como protogallinas que de repente empiezan a poner huevos de gallina, hasta que las primeras se extinguen y solo quedan las segundas), sino que se produce un «salto» genético más o menos gradual, iniciado por algún tipo de mutación, que se sigue de un fluir y refluir de los genes a través de varias generaciones de individuos, hasta que por selección se acaba estabilizando o se elimina. O sea, no una evolución individual, que acaba imponiéndose como especie independiente, sino una especie de «evolución en grupo» dentro de un conjunto de individuos relacionados. Intentaré aclararlo un poco más:

Pensemos en la aparición de gallinas (una especie nueva) por evolución de las protogallinas. Podemos pensar en dos posibilidades:

  1. Las nuevas gallinas son capaces de cruzarse con las protogallinas (o sea, la especie nueva y la vieja son interfértiles). En este caso, el nuevo material genético introducido en la especie preexistente se extenderá por ella y se seleccionará (se estabilizará y mantendrá si resulta útil para la adaptación, se eliminará en caso contrario). Al distribuirse el gen alterado en las generaciones siguientes, podrían aparecer individuos sin el gen (protogallinas puras), o con solo una copia del mismo (procedente del padre o de la madre), o con ambas copias. Con el tiempo, y si el nuevo gen es útil, los individuos con las dos copias del gen acaban imponiéndose como nueva especie (al menos, en el espacio ecológico donde ese nuevo gen resulta beneficioso).
  2. La especie nueva no puede cruzarse con la vieja. Esto suele ocurrir cuando el número de cromosomas varía. Si no me equivoco, este es el caso de los primates superiores y el hombre, en el que, en algún momento de la evolución humana, dos cromosomas de simio se fusionaron en uno. En este caso, la aparición de un único individuo mutado no es suficiente, ya que este se extinguiría sin descendencia. Es necesario que la alteración (que casi siempre será cromosómica) se dé con cierta frecuencia en esa especie, para alcanzar cierto procentaje de la población con esa alteración. Este tipo de procesos son posibles: pensemos en la trisomía del par 23 en humanos, que produce el síndrome de Down, con unas consecuencias bastante bien definidas (o sea, que no pueden obedecer a una alteración aleatoria). Existen otros síndromes de este tipo, que corresponden a alteraciones en el número de cromosomas. Aún la cosa se puede complicar más, aunque en este caso el hombre —al menos, en la actualidad— no participa en ello: algunas especies con distinto número de cromosomas sí son interfértiles, y generan híbridos. Un caso típico de híbridos es el de las mulas y los burdéganos. Estos animales tienen un número de cromosomas 2n impar, por lo que no pueden dividirse convenientemente para tener descendencia. Sin embargo, aunque no puedan reproducirse, existen, y están sujetos a alteraciones genéticas. En algún momento, podría surgir un nuevo tipo de mula que fuera fértil, bien con otra mula, o con un burdégano, o con un caballo, o con un asno. De este modo, la evolución daría otro pequeño salto.

Este último caso, ilustra cómo la evolución podría no estar marcada únicamente por el carácter aleatorio de las mutaciones, y que ciertas alteraciones puedan ser más frecuentes que otras. La hibridación, especialmente, es un ejemplo de cómo la evolución puede estar de algún modo dirigida: al hibridar el material genético de dos especies, el resultado de tal «asociación» suele ser mejor que cualquiera de los progenitores por separado (acabo de leer que las mulas son más listas que caballos y asnos).

Bueno, espero no haber metido mucho la pata (o sea, no toméis al pié de la letra todo lo que he dicho). Además, hay muchas lagunas en los conocimientos actuales (por supuesto, me refiero a los conocimientos de verdad, y no a deleznables zarandajas creacionistas o semejantes). Para los que quieran informació seria y fiable, aquí van los links de la Wikipedia sobre evolución, especiación y neodarwinismo. Al menos espero haber transmitido la idea de que la evolución es una cosa muy seria y compleja, sobre la que sabemos mucho, pero desconocemos aún más. Así que abandonemos cualquier aspiración de dar una respuesta simple y taxativa a preguntas como «¿qué fue antes, el huevo o la gallina?»

Alberto Soldevilla

Categorías: Biología, Ciencia

La estructura de las proteínas

La secuenciación del genoma humano, aún siendo un hito en la historia humana, sólo encontrará verdadero significado cuando se puedan convertir las secuencias génicas en secuencias y estructuras de proteínas. Esto permitirá desentrañar el origen del desarrollo de un organismo con la formación de partes que no están presentes como tales en el embrión. Este desarrollo se produce en niveles sucesivos: el plegamiento de las secuencias de aminoácidos para formar estructuras globulares, las interacciones entre proteínas y otros componentes para formar orgánulos celulares, la interacción entre células para formar órganos y seres vivos. El principio de todas estas estructuras se halla escondido en las secuencias de aminoácidos. En un sentido muy concreto, el sentido de la vida debe buscarse en este nivel de organización química, en particular en la relación existente entre la estructura lineal de la proteína y la estructura tridimensional (también conocida como estructura nativa) presente en los seres vivos.

El conocimiento de los mecanismos en que se basa el plegamiento permitiría predecir la estructura nativa a partir de la secuencia de sus aminoácidos. Desafortunadamente, aún no es posible predecir de forma general la estructura (y función) de una proteína a partir de su secuencia lineal. Sin embargo, sí se ha encontrado solución al problema inverso, es decir, dada una estructura nativa, podemos averiguar la secuencia lineal de los aminoácidos que la componen. Un paso más en el conocimiento de los mecanismos que hacen funcionar a los seres vivos.

Categoría: Química, Biología

Diego Sampedro

martes, junio 06, 2006

La brújula


[Emitido en el espacio "Divulgación Científica" de RNE 5 Todo Noticias - La Rioja]


Todo el mundo sabe qué es una brújula. Un artilugio que contiene una aguja imantada que siempre marca el norte. Durante siglos fue un instrumento imprescindible en la navegación y todavía hoy puede sernos muy útil si somos aficionados a caminar por el monte.

Es probable que muchos lectores conozcan su origen. Como la imprenta o la pólvora, fue inventada por los chinos y traída a Europa por los árabes. Por ejemplo, ya en el siglo XIII era de uso común entre los marinos del mediterráneo que echaban agujas imantadas en recipientes con agua para conocer la dirección norte-sur.

Pero, ¿alguien puede decir por qué la obstinada aguja de la brújula se empeña en mirar siempre al norte? La respuesta es que se alinea con las líneas de fuerza del campo magnético terrestre.

El núcleo de La Tierra está compuesto de hierro en casi un 80%. Debido al enorme calor del interior de nuestro planeta, este hierro permanece fundido y en continuo movimiento. El flujo de metal líquido genera una serie de campos eléctricos que a su vez crean campos magnéticos. Así, se puede decir que el núcleo terrestre es una dinamo a escala gigantesca.

Terminaremos diciendo que no solamente los humanos nos servimos del campo magnético terrestre. Muchos animales lo utilizan como sistema natural de orientación en sus viajes migratorios. Y todavía más importante, actúa como un enorme escudo que protege a todos los seres vivos de las partículas cósmicas que bombardean constantemente nuestro planeta.


David Sucunza

Categoría: Geología

viernes, junio 02, 2006

Sorpresas en nuestro genoma

“Es un libro de historia, una narración del viaje de nuestra especie a lo largo del tiempo. Es un manual de uso, con información increiblemente detallada para la construcción de cada célula humana. Y es un revolucionario libro de texto de medicina, con señales que facilitarán una inmensa cantidad de nuevas armas para tratar, prevenir y curar enfermedades.” El autor de esta definición del genoma humano es Francis Collins, director del Consorcio Internacional que consiguió su secuenciación. Fue en 2001 y desde entonces este manual del ser humano no ha parado de dar sorpresas.

El libro biológico que es el genoma está escrito en el lenguaje químico de la doble cadena del ácido desoxirribonucleico (ADN). Como todas las cadenas, el ADN está formado por eslabones: los nucleótidos, moléculas orgánicas de pequeño tamaño que vienen a ser las letras de este idioma. En este alfabeto químico hay cuatro letras distintas, según la base nitrogenada -adenina, timina, guanina o citosina- que esté incluida en el nucleótido, que a lo largo del libro del genoma van formando frases: los genes. La información que contienen estas frases se traduce en forma de proteínas, que son las encargadas de ordenar la realización de los distintos procesos biológicos que conforman la vida. Cuando una célula va a dividirse, todo el genoma se empaqueta en cromosomas -23 pares en el ser humano-. Por tanto, y siguiendo con la analogía, podríamos decir que nuestro libro se divide en 23 capítulos.

Antes de conseguir la secuenciación de los 3.000 millones de pares de bases que forman el genoma humano, se pensaba que contendría alrededor de 100.000 genes. El asombro fue mayúsculo cuando, tras el primer borrador, hubo que bajar este cálculo a una cifra entre 30.000 y 40.000. Craig Venter, presidente de Celera Genomics, dijo en aquel momento “esto prueba lo poco que comprendíamos antes de él”. Hoy en día la estimación es incluso menor y los últimos cálculos rondan los 22.000 genes, lo que supone tan solo el 1.5% de nuestro material genético. El 98.5% restante está formado por regiones reguladoras, que sirven para encender, acelerar o frenar la transcripción de los genes, restos de genes antaño funcionales y una gran cantidad de material, hasta un 90% del total, sin función conocida y al que en ocasiones se le ha denominado “ADN basura”. Sin embargo, no parece lógico pensar que la vida despilfarre un 90% de nuestro código genético en regiones sin valor y de hecho ENCODE, un nuevo proyecto del consorcio público que está catalogando todos los elementos con actividad biológica presentes en el genoma, anunció recientemente que ha encontrado “fuertes evidencias de que otras partes tienen funciones importantes, aunque hay muy poca información sobre dónde están y cómo trabajan estos elementos funcionales”.

Otro gran problema al que se enfrentan los científicos es que, conforme más se conoce acerca de nuestro genoma, está menos claro el concepto de gen. Hasta no hace mucho un dogma de la biología decía “cada gen codifica una sola proteína”. Sin embargo, hoy se sabe que hay genes que traducen muchas proteínas distintas e, incluso, se ha observado que pueden interaccionar entre sí afectando el resultado de la transcripción.


David Sucunza

Categoría: Biología