Ciencia para impacientes

miércoles, mayo 24, 2006

Agenda para el diseño de una política científica solidaria

"Las variaciones de la ciencia dependen de las variaciones de las necesidades humanas,y los hombres de ciencia suelen trabajar, queriéndolo o sin quererlo, a sabiendas o no, al servicio de los poderosos o al del pueblo que les pide confirmación de sus anhelos".

Miguel de UNAMUNO,
Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, Aguilar, 1987, p. 28

La reciente manifestación del colectivo "Precarios", el pasado 20 de mayo en Madrid, ha revelado la potencia del movimiento de los jóvenes investigadores, reconocido como interlocutor por el Gobierno a escala nacional y cada vez con mayor repercusión mediática. Pero también demuestra lo limitado, hoy por hoy, de los planteamientos de los becarios, cuando se trata de salir de las reivindicaciones puramente laborales (por otra parte, indiscutibles, y el motivo de que surgiera la organización).

En el Manifiesto por la investigación, además de la tradicional exigencia de derechos laborales para los investigadores, que en realidad hacen, de modo encubierto, un trabajo altamente cualificado y productivo, se proponen también medidas que afectan a los propios programas y planes de "diseño de una política científica" del Gobierno: que se invierta más en investigación y que se dé estabilidad a quienes se dedican a ella, creando más oportunidades de disfrutar de una carrera investigadora completa y sin sobresaltos. Estoy de acuerdo.

Ahora bien, y aquí viene lo que considero reprochable, los argumentos para exigir tales demandas se basan en criterios económicos: se comienza subrayando que "la producción investigadora (...) forma parte de la base fundamental que proporciona el desarrollo económico, social y cultural de un país de cara al futuro" (el subrayado es mío; nótese que la alusión al interés nacional tiene un contenido excluyente); a renglón seguido se añade que "la investigación no es un gasto, sino una inversión rentable"; y la petición de que se conceda más relevancia a la investigación básica (en gran parte, la científica teórica, incluyendo también aquí el manifiesto, de modo expreso, la humanista) se hace aduciendo que en ésta es en la que se apoya la "investigación tecnológica con rendimientos a corto plazo", y, por tanto, produce "rendimientos a largo plazo"; eso sin contar las referencias a la pérdida de dinero del Estado generada por la huida de becarios, bien al extranjero o para realizar actividades más lucrativas y menos precarias.

Me doy cuenta de que este lenguaje economicista es el que entienden los políticos, los medios de comunicación y los consumidores (antaño la categoría conocida como ciudadanos). Todos quieren dividendos y rentabilidad en la inversión. Y que al asumir este lenguaje la FJI no hace nada original, sino que imita el paso dado antes por investigadores reconocidos, como aquel que, hace poco (Joan G. Ginovart, "La revolución urgente", La Vanguardia, 23/02/2006), advertía que era necesario aumentar la inversión en investigación con el argumento de que "es una cuestión de supervivencia, está en juego el futuro de prosperidad y bienestar de nuestros hijos y nietos" (resalto otra vez el lenguaje combinación de interés nacional y economicismo), ya que los países que se quedan atrás científicamente están destinados a perder en la competición económica, cada vez más dura en un mundo globalizado. Así se encarga de subrayarlo otras parte del mismo artículo: "Sir John Rose, el jefe ejecutivo de Rolls Royce, dice que en el futuro hablaremos cada vez menos de países desarrollados, en vías de desarrollo y subdesarrollados, y cada vez distinguiremos más entre países con talento, con más talento y con mucho talento", cita que sirve al autor para afirmar que "el conocimiento, el talento, base de la innovación, será factor clave en el destino de los pueblos". Vaya, que para que siga el statu quo, el dominio económico de unos países, los desarrollados, sobre otros, los subdesarrollados, hay que invertir en I+D+i. Un argumento terrible, que habla directamente a los temores de Occidente: el miedo a perder la seguridad. O ellos, o nosotros.

Creo que los investigadores debemos rechazar esta lógica perversa, hacia la que nos deslizamos, de modo inconsciente (o al menos eso quiero pensar), al asumir la neolengua nacional-economicista para expresar nuestras demandas. Si hablamos en términos de competencia económica, contribuimos a reforzar el predominio de tales valores en la sociedad y la privatización del conocimiento.

Hay otra forma de hacer que se reconozca el trabajo de los investigadores como algo valioso e imprescindible: en lugar de subrayar el carácter de mercancía que, hoy por hoy, ya se le da a nuestra vocación, precisamente nuestra labor debe consistir en darle la vuelta a tal noción, y exigir el uso cívico y solidario del conocimiento generado gracias al apoyo público (y que de otro modo sería mucho más dificultoso producir). Es decir: hay que desvincular la investigación, la producción de conocimiento, un factor positivo a priori, del uso del conocimiento, éste sí perjudicial o benéfico, un tema que todavía no ha sido sometido a debate entre los investigadores, y en el que hasta ahora venimos actuando, cegados por la urgencia de justificar la dotación presupuestaria (nuestros propios ingresos), de un modo que refuerza el sistema dominante: éticamente reprochable y orientado a perpetuar los privilegios y la pobreza correlativa a ellos.

Aunque los "rendimientos a corto plazo" sean menores, propongo plantear las reivindicaciones respecto al "diseño de la política científica" desde el punto de vista de la utilidad social (es decir, humana) de la investigación, no sólo en un país, o en Occidente, sino a escala planetaria. Si la investigación crea bienestar, que no sea de modo comparativo y excluyente, reforzando la primacía de unos, que disfrutan de sus resultados, frente a otros, que padecen su falta de talento (ya se sabe, los pobres tienden a ser más torpes, y a merecer su miseria, así como la de sus hijos y nietos). Que se aproveche la investigación para promover la solidaridad y la cooperación. Si conseguimos que la sociedad se plantee estos valores, que los considere, que incluso llegue a asumirlos como propios, obtendremos grandes "rendimientos a largo plazo". Y, en todo caso, nos quedará la satisfacción moral de no contribuir al triunfo del cinismo imperante, el darwinismo social salvaje que bajo palabras edulcoradas disfraza de efectividad el refuerzo de las desigualdades de partida, el dominio a través de la violencia (no hay propiedad sin sus guardianes) y el expolio.

Esta es al menos mi propuesta de agenda, que sólo pretende ser un esbozo de orden del día, cuyos puntos hay que trazar, con calma y de modo mancomunado, entre todos los investigadores que creen que su trabajo sólo tiene sentido si cumple una función social y aspiran a hacer suyo el ideal del científico consagrado al bienestar de la humanidad. Manes de Einstein, os invoco.

Jesús Ruiz Pérez

cap.nemo@terra.es

http://www.terra.es/personal2/cap.nemo/

1 comentarios:

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